¿Con qué frecuencia debes cambiar tu cepillo de dientes? Mitos y realidades sobre la higiene bucal.

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Llevamos usando el cepillo de dientes desde que tenemos uso de razón. Es uno de esos objetos que están ahí, en el fondo del vaso del baño, esperándonos cada mañana medio dormidos y cada noche con prisas por irnos a la cama. Y como pasa con muchas otras rutinas, nos acostumbramos tanto a tenerlo cerca que dejamos de prestarle atención. Hasta que, de repente, alguien suelta la pregunta: “¿Cada cuánto hay que cambiar el cepillo de dientes?”. Y entonces te das cuenta de que… quizá llevas demasiado tiempo con el mismo.

La respuesta más habitual que se suele escuchar es “cada tres meses”, pero, ¿de dónde sale exactamente esa cifra? ¿Y qué pasa si lo alargas más? ¿O si lo cambias antes? La cuestión es más interesante de lo que parece, porque detrás de algo tan simple como un cepillo se esconden mitos, costumbres heredadas y muchas decisiones que afectan directamente a la salud de tu boca.

La cifra mágica de los tres meses.

La recomendación generalizada de cambiar el cepillo de dientes cada tres meses no es un capricho ni una manía sin base científica. La razón principal está en el desgaste de las cerdas. Con el uso diario, los filamentos del cepillo pierden su forma, se abren, se doblan y dejan de ser tan eficaces a la hora de eliminar la placa bacteriana que se acumula en dientes y encías.

Pero, además, con el tiempo, el cepillo se convierte en un auténtico microcosmos de bacterias, hongos y otros microorganismos que encuentran en la humedad y el contacto con la boca un entorno perfecto para desarrollarse. Así que, aunque no lo veas, ese cepillo que parece estar en buen estado por fuera puede estar albergando inquilinos no muy agradables.

Aun así, el periodo de tres meses no es una ley universal. Hay situaciones en las que conviene acortar ese plazo.

Cuando hay que cambiarlo antes de tiempo.

Hay ciertos momentos en los que deberías plantearte cambiar tu cepillo sin esperar al trimestre. Uno de los más evidentes es tras haber pasado una gripe, un resfriado fuerte o cualquier infección oral. Aunque algunos expertos apuntan que el riesgo de reinfección es bajo, lo cierto es que cambiarlo tras una enfermedad puede ayudarte a evitar un círculo de contagios innecesario.

Otro motivo frecuente es el desgaste prematuro. Algunas personas tienen la costumbre de cepillarse con demasiada fuerza, algo que perjudica a las encías, al igual que también destroza literalmente las cerdas del cepillo en poco tiempo. Si tu cepillo parece despeluchado al mes de haberlo estrenado, no es que venga defectuoso: lo más probable es que estés ejerciendo más presión de la necesaria.

Y luego están los niños, que suelen morder el cepillo, jugar con él o simplemente usarlo con tanta energía que acaba deformado en pocas semanas. En estos casos, esperar tres meses puede ser demasiado.

Mitos que siguen circulando.

Pese a lo clara que parece la teoría, todavía circulan algunos mitos en torno al uso del cepillo de dientes. Uno de los más comunes es pensar que si las cerdas están “limpias” y no huelen raro, el cepillo sigue siendo válido. La realidad es que muchas bacterias no producen mal olor y no se ven a simple vista, así que ese criterio visual u olfativo no es demasiado fiable.

Otro error bastante extendido es pensar que cuanto más rígido es el cepillo, mejor limpia. De hecho, ocurre justo lo contrario. Los cepillos con cerdas muy duras pueden desgastar el esmalte y dañar las encías, especialmente si se combinan con una técnica de cepillado agresiva. La mayoría de profesionales recomiendan cepillos de dureza media o suave, y ahí la frecuencia de cambio también tiene relevancia: cuanto más suave es el cepillo, más fácil es que se deteriore antes.

También hay quien piensa que los cepillos eléctricos duran más que los manuales, cuando en realidad sus cabezales deben cambiarse igualmente cada tres meses o antes, si hay signos de desgaste. Aunque parezcan más sofisticados, los principios que los rigen siguen siendo los mismos.

Cepillo manual vs. cepillo eléctrico.

Ya que hemos sacado el tema, es interesante detenerse un momento en la comparación entre cepillos manuales y eléctricos, sobre todo porque muchos piensan que el segundo sustituye al primero sin necesidad de tanto mantenimiento. Y no es así.

El cepillo eléctrico, eso sí, tiene una ventaja clara: la rotación o vibración constante que ayuda a eliminar mejor la placa sin necesidad de movimientos bruscos o demasiado repetitivos por tu parte. Pero eso no lo convierte en eterno. El cabezal, al igual que las cerdas de un cepillo manual, se desgasta con el uso. De hecho, al tratarse de un dispositivo que suele usarse a más velocidad, ese desgaste puede notarse incluso antes, dependiendo del modelo y la frecuencia con la que lo uses.

En muchos cabezales modernos ya vienen incorporados indicadores visuales: por ejemplo, filamentos que cambian de color con el tiempo para avisarte de que toca reemplazarlos. No es una mala guía, aunque tampoco debes depender solo de eso. Si el cabezal pierde forma o ves que las cerdas se doblan, el cambio es urgente.

La importancia de la técnica y el cuidado del cepillo.

Independientemente de cada cuánto lo cambies, también importa cómo lo uses y cómo lo cuides. Guardar el cepillo en un sitio seco, en posición vertical y sin capuchón cerrado (que retiene la humedad) ayuda a reducir la proliferación bacteriana. Compartirlo, por mucho que tengas confianza con tu pareja, no es buena idea. Tampoco es recomendable dejarlo tirado sobre superficies del lavabo, donde puede entrar en contacto con salpicaduras o restos que no ves.

Una buena técnica de cepillado, además, puede alargar la vida útil del cepillo sin que esto suponga un riesgo para la salud. Cepillarte durante dos minutos, con movimientos suaves y circulares, y sin ejercer demasiada presión, no solo limpia mejor, sino que también mantiene el cepillo en mejor estado.

¿Y qué pasa con los cepillos sostenibles?

En los últimos años han ganado terreno los cepillos de bambú y otras alternativas ecológicas a los tradicionales de plástico. Son una opción muy interesante desde el punto de vista medioambiental, ya que el plástico del mango tarda siglos en degradarse, mientras que los cepillos de bambú pueden compostarse o reciclarse con mayor facilidad.

Sin embargo, en estos modelos también hay que estar atentos a la calidad de las cerdas. Aunque el mango sea más resistente y natural, los filamentos suelen ser de nylon o materiales parecidos, y su vida útil sigue siendo de unos tres meses. Además, el bambú es más poroso que el plástico, así que es aún más importante mantenerlo seco y limpio para evitar que absorba humedad y se convierta en un foco de bacterias.

El caso de los tratamientos dentales y ortodoncias.

Cuando llevas ortodoncia o algún tipo de tratamiento dental especial, la historia cambia. Los brackets, alineadores y otros dispositivos hacen que el cepillado sea más complejo, porque se acumulan restos de comida en zonas donde el cepillo normal no llega. Por eso, muchas veces se recomienda el uso de cepillos interproximales, irrigadores bucales o cepillos eléctricos con cabezales especiales.

Y en estos casos, el desgaste de los cepillos es mucho más rápido. No solo porque hay más zonas que limpiar, sino porque se requiere más precisión y más tiempo frente al espejo. Por eso, si llevas ortodoncia, no te sorprendas si necesitas cambiar de cepillo con más frecuencia de lo habitual.

Desde Gold Care Dental explican que una revisión periódica, al igual que sirve para detectar caries o problemas mayores, también lo es para ajustar la rutina de higiene según las necesidades de cada boca. A veces pensamos que tenemos todo bajo control, pero es fácil pasar por alto detalles a tener en cuenta, como un cepillo gastado o una técnica incorrecta.

Los caprichos del mercado: ¿realmente lo necesitamos todo?

Hoy en día el mercado dental ofrece un abanico casi infinito de opciones: cepillos con filamentos cruzados, de punta cónica, con limpiador de lengua incluido, con mango flexible, con temporizador, con luces LED, con Bluetooth, y hasta con inteligencia artificial. La sensación es que cada año sale un nuevo modelo que promete dejarte la boca como si salieras del dentista.

Algunas de estas funciones pueden ser útiles, claro. Por ejemplo, los temporizadores ayudan a cumplir los dos minutos recomendados de cepillado. O los sensores de presión, que avisan si estás cepillándote con demasiada fuerza. Pero hay que tener cuidado de no caer en la obsesión por lo tecnológico y olvidarse de lo básico: la frecuencia del cambio, la limpieza correcta y la calidad del cepillo son más determinantes que todos los extras digitales que puedas imaginar.

Qué pasa si no lo cambias a tiempo.

Si eres de los que ha estirado el mismo cepillo medio año o más, lo que ocurre no es simplemente que limpies peor. Las cerdas desgastadas pueden acumular más bacterias y perder la capacidad de arrastrar la placa, lo que a medio plazo puede traducirse en caries, halitosis, encías inflamadas o incluso infecciones.

Además, si el cepillo está deformado, puedes terminar cepillándote de forma desigual, dejando zonas sin limpiar adecuadamente. Y en esos huecos es donde las bacterias encuentran su pequeño paraíso. Así que, aunque parezca exagerado, un gesto tan sencillo como cambiar el cepillo cada cierto tiempo tiene consecuencias bastante importantes para la salud bucodental.

Un calendario que no cuesta nada.

Para que no se te pase por alto, puedes aprovechar fechas concretas para hacer el cambio. Por ejemplo, el cambio de estación: cada vez que comienza el invierno, la primavera, el verano o el otoño, toca estrenar cepillo. Es una forma fácil de acordarte, y te aseguras de no dejar pasar más tiempo del debido. Algunos prefieren marcarlo en el calendario del móvil o comprarlos en packs y dejar el próximo a la vista como recordatorio. Sea como sea, lo importante es que no dependa del azar.

Aunque el cepillo de dientes no es un objeto al que solemos prestar demasiada atención, conviene mirarlo con otros ojos. Porque cuando lo tratas bien, te lo devuelve en forma de boca sana y fresca. Y eso, al final, se nota cada vez que sonríes.

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